
A Marta le gusta el sol
Marta es una niña de seis años. Es alta, rubia, con el pelo largo y flequillo, y es muy alegre. Su padre es fotógrafo y su madre es veterinaria. Viven en una casita a las afueras del pueblo y tienen un jardín con un columpio y una hamaca. A Marta le gusta mucho regar las macetas con una regadera de plástico rosa que le regalaron para su cumpleaños y se lo pasa muy bien cepillando a Tomás, su gato siamés. Pero lo que más le gusta a Marta de todo, es salir a pasear cuando hace sol. A veces, va paseando hasta la consulta de su madre y espera a que ella termine de trabajar para volver juntas a casa.
A Marta le gusta divertirse. Pero hay una cosa que no le gusta nada, y no sólo no le gusta nada, sino que la pone de muy mal humor. Esa cosa es la lluvia. Los días de lluvia, Marta arruga la nariz y se pasa todo el día refunfuñando:
¡Qué rollo, está lloviendo! ¡No podré salir de paseo, tendré que pasarme todo el rato en casa y me aburro mucho!
Para intentar animarla, Rosa, su madre, le había comprado unas botas de agua de color rosa y un paraguas azul como el cielo y lleno de soles que brillaban en la oscuridad. Pero no hay manera, Marta sigue quejándose porque no sale el sol de verdad y está triste y aburrida. Sus amigos, que ya la conocen muy bien deciden hablar con ella para enseñarle que hay muchas cosas que hacer incluso en un día de lluvia.
Miriam y su madre alquilan una de sus películas de vídeo favoritas y se sientan a verla en el sofá tapadas con una manta y tomándose un chocolate calentito.
Carlitos con su padre y su hermanita Natalia se ponen a jugar al parchís mientras su madre les prepara tostadas, luego meriendan todos juntos y después terminan la partida.
Maribel, con sus hermanas gemelas Laura y Cristina, juegan a hacer cabañas en su habitación. Se meten debajo de una manta con una linterna y cuentan historias de miedo.
Pablo se pone un chubasquero, coge un bastón y se va a pasear con su abuelo bajo la lluvia. Se lo pasa muy bien y encuentra muchas cosas interesantes como caracoles o setas, e incluso una vez encontraron un pajarito que se había caído del nido y se lo llevaron a casa para cuidarlo. El pajarito se curó y se hizo mayor y entonces lo dejaron libre en el bosque.
Marta les escucha hablar y se da cuenta de que tienen razón. ¡Cuántas cosas divertidas me he perdido por pasarme todo el día enfadada!

Este cuento se me ocurrió una noche en que mi sobrina, Sandra, que era pequeñaja, tendría 3 o 4 años, se quedó a dormir conmigo. Siempre que se quedaba me pedía que le contara un cuento, y así, poco a poco, fue conociendo a Caperucita, el Gato con Botas, la Lechera, y tantos otros. Pero esa noche me dijo que quería que me lo inventase yo, y como mejor pude fui hilvanando esta historia. Cuando acabé, la niña me dijo: "¿Eso te lo has inventado tú?. Le pregunté que si le había gustado y me dijo que sí, así que pensé que no debía estar mal. Aquí está el resultado. Más adelante más.